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Verdaderos orígenes del carnaval

Verdaderos orígenes del carnaval

Decimos carnaval y pensamos en feriados y en fiestas. Pensamos en murga, trasnoche y elección de reinas. Pensamos, en todo caso, en una celebración propia. Sabido por ejemplo es que los correntinos dicen orgullosos que son la capital del carnaval en el país, ¿pero cuánto hay de propio?

Distintos antropólogos sitúan su origen en distintas culturas y lugares, pero lo que nadie duda es que su creación se remonta muchos años hacia atrás y bien lejos de la Argentina. La coincidencia, y quizás el mayor misterio del caso, es que casi todas las historias de los carnavales los ubican en febrero. ¿Por qué? Es la época de transición entre el invierno y la primavera en los lugares en los que surgió.

Una de las teorías más fuerte del origen del carnaval está en las fiestas Saturnales del Imperio Romano. Es decir, en las celebraciones que se hacían en homenaje al dios Saturno. De él se creían que se la pasaba todo el invierno en la tierra y había que darle ofrendas para convencerlo de irse al inframundo y comenzar así, con el calor, la cosecha de verano. Por eso se hacían banquetes, bailes, representaciones del dios y todo tipo de juegos. Era una fiesta temporal de la abundancia. Después todo volvía a la normalidad.

Los griegos en cambio celebraban a Dionisio, el famoso dios del vino, el hijo descarriado de Zeus. Para homenajearlo también hacían fiestas con obras de teatro, procesiones y desbandes. De esas celebraciones surge el dios Momo (hoy lo conocemos como Rey Momo, la popular marca de espuma). Según la historia, Momo era al mismo tiempo el dios de los escritores y de los poetas, y la personificación del sarcasmo. Es un dios jodido, afecto a las burlas y la chicana, parte de lo que aparecía en las fiestas cuando se terminaban de borrar los límites.

Es justamente por la adoración a distintos dioses que el carnaval es conocido como una fiesta pagana. Para los cristianos, todo aquel que no adoraba a un dios único era un pagano.

Sea griego o romano, ambos orígenes tenían una característica saliente: parte de sus rituales incluían fiestas orgiásticas.

El nombre «carnaval» llega más adelante, cuando el cristianismo copa el mercado en la Edad Media y en vez de hacer desaparecer el rito, lo resignifica. Carnaval viene de «carnem levare», en latín: quitar la carne. Allí está el significado de la fiesta tal y como la conocemos hoy: una celebración previa a la cuaresma. Por eso, como durante cuarenta días los cristianos se dedican a recordar la estancia de Jesús en el desierto y deben para eso realizar ciertos sacrificios, los días de carnaval sirven como una preparación. Por eso se promueve todo lo que luego se prohíbe: banquetes, fiestas y excesos. Aunque probablemente lo de excesos es una licencia incorporada a la historia por los más heterodoxos.

Aquí también se explica en parte la existencia de disfraces y máscaras: aunque se permitiera el caos, era prudente conservar el anonimato. Entonces, la máscara. La palabra disfraz de «freza» (huella, pista), y «dis» (quitar, supresión). Ergo, es aquello que no deja huella.

Uno de los carnavales más famosos del mundo es el de Venecia (data del siglo XI). En él la tradición era que la nobleza se disfrazara y saliera a las calles. Había algo de liberación y algo de crítica. Como en «La Fiesta», el tema de Serrat, en el carnaval todos habitaban el mismo nivel social. Una vez más, todos ocultaban sus caras, pero como muchos de los que se lanzaban al festejo eran personas de riqueza, de allí la fama de las máscaras venecianas, a menudo labradas como verdaderas piezas de arte.

El más antiguo del mundo no se sabe a ciencia cierta cuál es, pero bien podría ser el festival de Kukeri, que se celebra en distintas ciudades de Bulgaria entre el año nuevo y la cuaresma. Según los expertos, podría tener más de 4 mil años de antigüedad y ser de origen Tracio (los ancestros de los actuales búlgaros). Entre las filas de sus famosos personajes está nada menos que Espartaco, uno al que le gustaba mucho la pelea pero, dicen, bastante también la fiesta…

Como sea, no erramos los argentinos cuando nos entregamos al festejo y la euforia. Estamos, en este caso, siendo fieles a la historia.

Por Joaquín Sánchez Mariño
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