Más allá del frío o la ausencia de verde, el silencio es uno de los principales rasgos de la Antártida. Sin embargo, los estruendos del rompimiento de glaciares perturban cada vez más a los pobladores de la base argentina Carlini.
Debido al calentamiento global, el inmenso glaciar Fourcade sufre a diario desprendimientos de hielo que retumban como truenos y, tras cruzar el agua helada de la caleta que lo separa de Carlini, encallan en la playa de la base, delante de las narices de los científicos.
Frente al calentamiento promedio global menor a 1 grado, la Península Antártica es la región que más sufre el cambio climático, con un aumento de temperatura de 2,5 grados Celsius en 100 años, de acuerdo con el investigador Rodolfo Sánchez, director del Instituto Antártico Argentino (IAA).
El retroceso de los glaciares en la Península Antártica tiene graves consecuencias porque golpea a todo el ecosistema local -y finalmente global-, incluyendo especies como el elefante marino, el lobo marino, la foca y el pingüino.
Malos ejemplos
El Fourcade, situado en la isla 25 de Mayo -en el norte de la Península Antártica-, retrocedió cerca de 500 metros en los últimos 25 años, dejando al desnudo oscuras porciones de piedra antes ocultas, que ahora son ocupadas por plantas o animales.
“Este retroceso glaciario en Caleta Potter -donde está el Fourcade- (…) altera la abundancia y diversidad de la fauna”, explicó Sánchez arriba del buque ARA Malvinas Argentinas, en el que, tras tres horas de avión, llegó a la base para recorrer las instalaciones junto con la canciller argentina, Susana Malcorra, y periodistas.
Los “escombros” -como en Carlini llaman a los bloques de hielo- del Fourcade flotan en el mar y cubren de blanco casi toda la playa de la base argentina.
Al derretirse darán un paso más en la transformación de la flora y la fauna, ya que su agua modifica la salinidad de la caleta y arrastra sedimentos.
“El sedimento hace que haya menos penetración de la luz (en el agua) y esto afecta a las comunidades de macroalgas”, dijo la bióloga Carolina Matula antes de mostrar las algas que cotidianamente llevan a su laboratorio los buzos que se sumergen en aguas con temperaturas bajo cero.
“El sedimento afecta también a los animales, en su fisiología y en su comportamiento. Solamente algunos organismos toleran esos ambientes que están perturbados”, añadió.
Presagios con sustento
Como consecuencia del cambio climático, científicos esperan que un inmenso iceberg se desprenda de la península tras el abrupto crecimiento de una grieta en el hielo antártico, lo que cambiaría el paisaje de la región.
Según el Servicio del Cambio Climático de Copérnico, un programa de la Unión Europea, el 2016 fue el año más caluroso del que haya registros.
Peligroso cambio de hábito
Los científicos de la base Carlini, especializada en estudios sobre el cambio climático, han detectado cómo el plancton local se ve afectado por los cambios en el medio ambiente, disparando a su vez una serie de modificaciones en el resto de la cadena.
Organismos como el krill, del que se constataron amplias mortandades recientemente, son un alimento clave para los mamíferos marinos y para las aves autóctonas.
Pero el retroceso de los glaciares antárticos repercute además de otros modos sobre la fauna de la isla 25 de Mayo, también conocida como Rey Jorge.
Debido a los hábitos alimenticios y de reproducción de los elefantes marinos, que los obligan a realizar largas migraciones, el retroceso de los hielos en el oeste de la Península Antártica ha desembocado en una notoria disminución de los animales que llegan a la zona protegida cercana a la base.
“La colonia se redujo alrededor de un 30 por ciento desde 1995 a la actualidad”, explicó Javier Negrete, investigador del IAA especializado en mamíferos marinos.
“No está claro si es que los animales están desapareciendo o bien se están reubicando”, agregó Negrete.
Pingüinos con poco hielo
Los pingüinos son otra especie que experimenta vertiginosos cambios. Especies como el emperador o el de Adelia sufren la merma del hielo marino, mientras que otras como el papúa -habituado a ambientes menos extremos- se han expandido hacia el sur de la Península Antártica.
Extrañamente, hace cinco años llegó a la región una pareja de pingüinos rey -originalmente de áreas más septentrionales- y tras varios intentos logró tener un pichón. “Punta Stranger -en la isla 25 de Mayo- representa al día de hoy el sitio más austral en el cual se observa una pareja reproductiva de pingüino rey”, destacó la bióloga Mariana Juáres, quien dijo que no está claro si esta presencia obedece a cambios poblacionales o ambientales.
Vida distinta
Con capacidad para 84 personas, Carlini es una de las 13 bases que Argentina tiene en la Antártida y es el mayor centro científico del país en el continente blanco.
La actividad de su laboratorio es clave porque ha hecho mediciones continuas a lo largo de 25 años, incluso durante los interminables inviernos en los que otras bases están cerradas.
Aunque la vida antártica es difícil, ninguno de los técnicos, científicos o militares que habitan la base -donde permanecen al menos por meses- mostró deseos de volver a Argentina.
Si las excepcionales vivencias cotidianas no alcanzan, la pizza y la música animan las noches de los sábados.
“Hay tantas experiencias todo el tiempo que uno no alcanza a extrañar. Sí extraño alimentos como los huevos o lácteos como la crema”, dijo Julia Luna, una ingeniera en sistemas de 28 años que casi no vio nieve en el año que lleva en la base.
Para quienes visitan la Antártida desde hace décadas, el cambio en el clima es evidente.
“Yo empecé a venir acá en 1990. Prácticamente no llovía. Nevaba, pero no llovía. Ahora en verano llueve todo el tiempo”, señaló Sánchez, el director del IAA
Aunque los cambios son evidentes, las repercusiones finales del calentamiento global en la Antártida son insospechadas.
“Los individuos que puedan se van a adaptar y los que no, darán lugar a otros. Estos cambios se encadenarán con otros cuyos alcances son difíciles de predecir”, dijo el bioquímico Lucas Ruberto, jefe científico de la base. Un tema preocupante en Patagonia.
(*)Por Nicolás Misculin