El llanto de Patricio Garino ayer en Dongguan representaba el gozo de toda Argentina, un país que se aferra a la canasta cuando el fútbol no da la talla. «Lo más grande de este equipo es el amor propio, el creer en uno mismo y en el grupo», reveló el alero del Baskonia tras enjugar las lágrimas del triunfo frente a Serbia (97-87). Sus 15 puntos, con tres triples, ayudaron al festival ofensivo, aunque aún más decisiva resultó su contribución atrás sobre Bogdan Bogdanovic, obligado demasiadas veces a malos lanzamientos. Sin embargo, en el discurso del Pato, como siempre en ese vestuario, el «yo» quedaba relegado al «nosotros».
«Lo más grande que tiene este equipo es el amor propio. Respetamos a todos, pero no vamos a permitir que nadie nos pase por arriba», presagió Garino, sin mencionar a Estados Unidos, que hoy (13:00 horas) debe ganarse su plaza semifinalista ante Francia. El intrépido descaro de esta Albiceleste es digno heredero de aquel que tantos años lució la Generación Dorada, subcampeona mundial en 2002 y oro olímpico en Atenas 2004.
Con total seguridad, Garino, de 26 años, no brillará nunca en un torneo como Manu Ginobili. Probablemente, Gabriel Deck, 24, tampoco alcance el nivel de Andrés Nocioni; ni Luca Vildoza, 24, el de Carlos Delfino. Pese a todo, estos rostros conocidos de la afición española dibujan el nuevo horizonte de Argentina, un adversario siempre temible a estas alturas de torneo.
«Hace seis meses no me podía poner una camiseta ni para entrenar y ahora estoy jugando un Mundial», rememoraba la pasada semana Garino. En Vitoria había enlazado una lesión en la rodilla derecha con otra muscular en los isquiotibiales. A las órdenes de Pablo Laso, el invierno tampoco resultó benigno para Deck, que perdió el favor de Pablo Laso en el Madrid. Sólo Vildoza despegó de veras en una temporada que aún tiene asombrados a los más exigentes baskonistas. Ayer, los dos últimos contribuyeron con 13 y 11 puntos, respectivamente. No es que fueran mejores que Nemanja Bjelica o Vasilije Micic. Simplemente, lo creían con total firmeza.
17 AÑOS DESPUÉS
«Sabemos que no somos grandes ni atléticos. De manera que tenemos que jugar de forma inteligente con los espacios, los tiempos, con bloqueo y continuación y cortes dentro-fuera», valoró ayer Sergio Hernández, máximo responsable técnico de este equipo desde 2015. Sus comienzos, marcados por la traumática resaca del Mundial de España, no resultaron precisamente alentadores. Tras los Juegos de Río, cuando vio partir a Ginóbili, Nocioni o Delfino, no tuvo otra que oficialiar el relevo.
El domingo se habían cumplido 17 años de la derrota en la final del Mundial ante Yugoslavia y ayer, la nueva camada decidió completar la revancha ante los herederos plavi. Unos días antes, los veteranos, con Scola al frente, habían compartido también sus recuerdos de la gesta ante Estados Unidos en la segunda fase de aquel torneo de Indianápolis (87-80). Aquel combinado, dirigido por George Karl y Gregg Popovich, contaba con Paul Pierce, Jermaine O’Neal, Reggie Miller o Ben Wallace. Hoy, la nómina de 12 jugadores de Popovich puede considerarse, siendo generosos, equiparable. Francia, ahora, supone otro exigente examen.