Marianela Szymanowski nació el 31 de julio de 1990 en Buenos Aires, Argentina, vive en Sevilla con sus dos gatos y es futbolista del Betis, donde llegó este verano procedente del Valencia.
Su pasión por el fútbol le viene desde pequeña, cuando jugaba con sus amigos y su hermano Alexander en las calles de su humilde barrio bonaerense. Él es futbolista del Leganés y ella, del Betis. Antes, de Atlético de Madrid, Rayo y Valencia.
El abuelo materno, un gran hincha de San Lorenzo, les metió la pasión por el fútbol a los dos hermanos de una familia que tuvo que emigrar de Argentina a España para buscarse un porvenir.
Una historia de fútbol, integración y lucha que une a los dos hermanos. “Lo de pelear nos viene de familia. Alexander y yo lo hemos dado todo para ser profesionales, Teníamos el espejo de mis padres”, comenta Marianela, siempre al lado de su hermano desde sus primeras patadas al balón en un campo de tierra de su barrio de Buenos Aires.
En aquellos duelos infantiles, el fútbol de Marianela destacaba sobre el de los chicos.
“Mi hermano ha llegado a decir que yo era la que mejor jugaba, pero no es verdad. Alexander dijo eso porque me quiere mucho. El tema es que yo jugaba con él y los chicos y destacaba. Él empezó a jugar federado y yo iba siempre a verlo jugar.
En los descansos entraba a jugar en el campo y llamaba la atención. Siempre jugaba con chicos, en los recreos, en el barrio. Se me daba bien”, recuerda Marianela, que juega de mediapunta y que fue titular en el duelo que el Betis ganó el sábado al Rayo Vallecano (3-1). El conjunto andaluz ocupa la sexta plaza con 10 puntos.
Marianela es ahora feliz jugando al fútbol, pero sus inicios en Argentina no fueron demasiado fáciles. “Yo siempre estaba con un balón debajo del brazo. En los cumpleaños solo quería que me regalaran una pelota o unas botas. En Argentina, con 11 años, fui a hacer una prueba en un equipo femenino del barrio. No me gustó mucho el ambiente. Me decían ‘marimacho”, recuerda. “Hablé con mi padre y él me dijo que dejara el fútbol temporalmente.
Empecé a jugar al tenis, me federé y competía en este deporte hasta los 17 años. También en España. Aquí me vio el presidente de un equipo de fútbol sala jugando un partido en el instituto. Yo no quería apuntarme en un equipo femenino por la experiencia que sufrí antes. Pero contactaron conmigo y jugué al fútbol sala hasta los 18 años. Entonces me fichó el Atlético de Madrid y con casi 19 años comenzó mi trayectoria”, recuerda Marianela.
La carrera de la futbolista ha ido unida a la de su hermano. Con él tiene un vínculo muy especial. Profesionales ambos del fútbol, Marianela ha sido un apoyo para Alexander. Y al revés. “Me siento muy afortunada de tener en mi familia a un profesional del fútbol como es mi hermano.
Yo lo veía jugar a él y era su crítica más dura. Él hacía lo mismo conmigo. Ha estado al tanto de mi carrera y siempre que ha podido ha venido a verme. Lo que ocurre es que se pone nervioso y sufre mucho cuando me ve jugar. Vivimos los partidos de ambos con gran intensidad. Para mí es como si tuviese un profesor en casa”, dice la jugadora del Betis.
En esta unión tan especial con su hermano, Marianela no duda en confesar cuándo se plasmó su sueño como deportista: “Sonará un poco raro, pero mi sueño deportivo era ver jugar a mi hermano en Primera División. Cualquier cosa que me pasara a mí era secundaria. Lo consiguió y soy feliz por ello. Por mi parte, no soy de tener grandes sueños. Trabajo para encontrar la mejor versión de mí en cada partido”. Todavía está lejos el momento en el que los dos hermanos cobren el mismo salario.
En el Betis, las chicas ganan entre 500 y 1.900 euros al mes. “Ahora mismo eso es imposible. Los salarios en Primera masculina y Primera femenina son dos mundos. Poco a poco vamos avanzando pero no sé si alguna vez una chica va a vivir del fútbol con los sueldos de los chicos. Pero bueno, luchamos por eso”, reconoce la jugadora del Betis, a la que se le nota muy feliz siendo futbolista y practicando la profesión que ama. Ya no le dicen “marimacho”, lo que le llevó en su infancia a no poder hacer lo que más disfrutaba.
Machismo
“Son otros tiempos. Hace mucho tiempo que no siento el machismo en un campo, pero en mi infancia lo sufrí”, añade, reflexionando acerca de la posibilidad de que algún día haya una entrenadora dirigiendo a la selección masculina de Argentina o al Madrid. “Por capacidad no tengo ninguna duda de que eso sería posible. Las mujeres están igual de capacitadas que los hombres en ese aspecto. Ya lo vemos en el arbitraje, donde afortunadamente hay cada vez más chicas en el fútbol masculino. Solamente falta que alguien tenga la valentía de dar el primer paso”.
Es el caso de María Pry, su entrenadora en el Betis y una de las dos únicas mujeres que entrenan en la Liga Iberdrola junto a la del Rayo, Irene Ferreras. “No me fijo en que mi entrenador sea hombre o mujer. Importa lo que me aporta y sus conocimientos. María propone un fútbol muy valiente”, afirma esta jugadora que superó una grave lesión de rodilla. Marianela estuvo casi dos años sin jugar y metida en su casa: “Ramón Cugat fue mi ángel de la guarda y me permitió disfrutar de lo que más quiero”.