Germán Bertino tenía 37 años cuando acababa de construirse su casa en la localidad de General Pico, en La Pampa, Argentina. Pero este ingeniero agrónomo tenía el sueño de viajar. Pero de viajar no como se viaja ahora, sino como lo hacían en otros tiempos, diríamos. Sin resorts, y por un largo tiempo. Ese concepto de viajar que no es el del turista sino el del viajero. Un sueño bohemio que no iba a dejar de hacer porque algo se le movía «en las tripas». No tendrá otra vida para hacer lo que quiere en esta. El covid ha pospuesto un año el sueño, pero no lo ha desechado. Con la ventaja de tener también pasaporte italiano, este argentino ha comenzado a dar la vuelta al mundo en España. Estará dos años en Europa. Llegó en septiembre y ya ha pasado por España, Portugal y Francia. Estos días pasaba con su bici, su casa andante, con una carga de unos 50 o 60 kilos encima, por las carreteras de la provincia.
«Hace cinco años viajé a Europa por dos meses. Tenía decidido hacer un viaje más largo, de alguna manera. Tenía vuelo en marzo, y pasó lo del covid y demás. Cambié la fecha y la forma de viajar, para hacer como dicen acá como mochilero. Debido a la situación también me empezó a interesar la bici», explica. No tenía mucha idea, pero supo que sería a dos ruedas. «No la usaba antes, y la verdad es que me encanta, es una manera de viajar que no sé si la cambiaría ya».
No le es fácil indicar exactamente el porqué de esta aventura. «Pensaba un viaje largo desde hace años. La idea era recorrer Europa y seguir por América. Quiero recorrer el mundo, quiero hacerlo por etapas». Dos años por Europa en los que vive gracias a que alquiló la casa en su país y sobrevive con poco. «Gasto unos 200 o 250 euros al mes. Compro en supermercados y llevo una pequeña cocina y una tienda de campaña. Los días de tormenta estoy en un hostel, como ahora en Cádiz capital, o en aplicación Warm Shower, que es para que las personas registradas te alberguen en su casa. La idea es andar un tiempo largo».
En este miércoles de lluvias, ha tenido tiempo de mirar «un planisferio en el hostel, y me quedé pensando». Pensar es una actividad a la que Germán le dedica tiempo. «La soledad no me incomoda ni asusta. Paso momentos solo, aunque hay contacto en el día con gente». Buenas experiencias, señala. «Eso es lo que uno va llegándole en el viaje. Recuerdas a la gente con quien generas un vínculo, aunque sea de una hora, o 15 minutos. En Sevilla estuve cantando con unos gitanos una hora, y eso me lo llevo para siempre. Tengo varios casos. En Portugal, iba a comer una lata de atún y unos brasileños que estaban haciendo una parrilla me invitaron a comer. Tenía entonces problemas con una rueda, y aunque no lo necesitaba, y sin pedirles nada, juntaron dinero para comprarme una. Es algo que la gente te quiere brindar en el camino».
El camino de Germán ha sido el siguiente, y lleva 4.000 kilómetros a lomos de la bici. En Barcelona compró su equipo, su bicicleta («por eso la he llamado La Catalana»). Era septiembre de 2020. Conoció la Costa Brava y pasó a Francia por los Pirineos («me encontré con subidas de 1.000 metros y más, el primer día hice 90 kilómetros y la bici iba como un caballo salvaje por tanto peso, pero es lo normal y no fue tanto». De ahí, a la Britania Francesa. En vista de que antes o después llegaría el invierno, decidió volver al Sur. Hizo el Camino de Santiago Francés y de Santiago, pasó a Portugal, para entrar luego en Andalucía, por Huelva, hasta Sevilla («había estado una vez, pero fue en la Feria, imagina el cambio», que le enamora, y luego Cádiz.
El mal tiempo le está haciendo detenerse. Ha aprovechado los buenos días de sol entre Filomena y la actual borrasca para llegar a Cádiz por la Nacional. Le impresionó el Palmar de Troya. Ahora, espera que bajen las aguas en Cádiz, a la espera de seguir al Sur a conocer Gibraltar, luego retomar hacia Córdoba («me gustan las ciudades históricas, quiero conocerla»), conociendo antes Ronda, y seguir por la Costa hasta Barcelona desde Málaga y saltar en primavera a Italia, donde tiene amigos que conoció en el Camino y familiares en el Norte del país.
Pero no tiene mucho calendario. Es decir, tiene una idea de por dónde, pero a menudo se levanta por la mañana sin saber dónde va a dormir. «Yo busco la experiencia con la gente. Eso lo valoras. Vives en la incertidumbre, que nunca antes lo había pensado. Pero, de esas incertidumbre de no saber dónde vas a dormir, te generan otras certidumbres. Digamos que la vida que siempre he llevado es de esas certidumbres de vivir al calor, ir al baño en casa, pero te llegan otras incertidumbres sobre ti. Ahora, cuando tengo esas otras incertidumbres de dónde ir, dónde ir a dormir, ir al baño, cargar el móvil, es muy bonito porque sabes quién sos. Hay momentos que hasta te querés pellizar por la experiencia que estoy viviendo. Ver amanecer en un acantilado o estar paseando solo por el Alcázar de Sevilla, o viajar solo viendo verdes después de las lluvias y las garzas, eso lo aprecias ahora». «Dejé de pensar en los cuántos, en cuánto dinero hay, cuántos kilómetros quedan. No miro lo cuantificable. Estuve en Santiago, que lleva mil años de peregrinajes. No piensas cuánto te va a llevar, no pienso cuánto tardaré en recorrer el mundo. Esas cosas las vas perdiendo, pierden sentido de las cosas cuantificables».
Una experiencia personal que, a su manera, quizás muchos deberían vivir. «No sé si todos, pero, ¿por qué no? Nos gusta a todos viajar, pero de esta manera, sí es cierto que tiene que gustar. Esta es mi pasión. Tiene el costo de dejar a la familia, dejar las comodidades. Eso se ve minimizado con lo que tienes. Te sientes feliz de vivir en una pasión»: Y cuenta algo recién vivido. «Ayer estaba, en Cádiz, un hombre de unos 65 años me invita a tomar café. Me dijo que quiere recorrer España en bicicleta. Yo soñaba con eso. Su hija le dice que está loco. Dale para adelante, no te vas a arrepentir, le dije. Es mi pasión, no la de todos. Yo la tengo en las tripas. Si tu pasión es esa experiencia de viajar, vívelo».
No tiene miedo, ni siquiera por el coronavirus. «Nunca tuve sensación de que me fuera a pasar algo malo. Pero es cierto que en algunos lugares aislados, miras dónde estás y se acerca un jabalí en la noche, eso sí me ha pasado. Se va porque está ahí por simple curiosidad. Pero a ver, vivimos en una pandemia, hoy la cuestión de inseguridad, el miedo en la salud ahora…». No es que esté seguro quien no viaja, viene a decir. «En cuatro meses no tuve ni un resfrío».
Cuenta que de vez en cuando escucha algún audiolibro. Ahora está con El Quijote. «Me reí alguna vez. En la novela nombraba zonas donde había estado». La estufa, el techo, son bienes de primerísima necesidad. Pero si uno decide romper con ellos por pura decisión personal, y buscar otros techos, otros caminos, la aventura del no saber dónde dormir, es otra historia. Romper con la vida de uno mismo parece un gigante. Pero para Germán Bertino no eran más que molinos.
Buen viaje.
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