El 25 de Mayo de 1810, del cual hoy se cumplen 210 años, marca el punto de partida para la fundación de nuestra república.
Se dio en Buenos Aires lo que muchos historiadores consideran un cambio de legitimidad, es decir, el paso de la concepción monárquica a la republicana.
Era una situación que se venía planteando entre los habitantes del puerto y que coincidía con las tendencias mundiales de aquella época, entre las que se incluía un debilitamiento de la Corona española.
Se daría inicio, por lo tanto, al proceso emancipador que se completaría en 1816 con la declaración de la Independencia, en Tucumán.
Además, el ímpetu revolucionario marcaba un claro cambio de actor social principal, ya que comenzaron a influir en las decisiones políticas las aspiraciones de los criollos, relegando a la influencia española expresada en la persona de los virreyes y las estructuras que los secundaban.
Esa oleada renovadora de los criollos también quedó reflejada en la constitución de la Primera Junta de gobierno.
No hay que dejar de apreciar la dimensión nacional de la revolución gestada en mayo de 1810, al lograr Buenos Aires un mayoritario apoyo a su gesta. Eso dio basamento a la Nación argentina.
Los anhelos de libertad que expresaron los próceres del llamado primer gobierno patrio fueron irradiados a los demás territorios de aquella naciente argentinidad, consolidando una línea de pensamiento que pudo subsistir con el transcurso de los años pese a diferencias ideológicas y de abordaje político que subsistieron a lo largo del camino recorrido en más de doscientos años.
Nada se interpuso con la debida fuerza como para que los preceptos republicanos terminaran consolidando la unión nacional.
Salieron triunfantes los pensamientos de quienes desde la gesta de mayo impulsaron una salida que derivase en un gobierno propio (autogobierno), contra la postura de los que, nostálgicos del decaído paternalismo español, consideraban más conveniente lograr una organización nacional propia pero siempre dependiente de España.
Probablemente haya resultado difícil para muchos de aquellos revolucionarios aceptar el reto de la historia, que significaba cortar relaciones con la Corona y emprender un nuevo derrotero de libertad. Pero esos prejuicios fueron cediendo a medida que la gesta emancipadora tomaba forma.
A 210 años de la gesta histórica son aquellos pilares republicanos los que el pueblo argentino y sus representantes deben defender siempre con firmes convicciones.
La historia argentina habla de muchos desencuentros marcados por la violencia y la siempre tentadora intentona por imponer modelos de gobierno no acorde con nuestro sentir histórico.
Baste recordar en tal sentido gran parte de la segunda mitad del siglo pasado, en la que dominaron el odio y la muerte de miles de argentinos.
Una de las cuentas pendientes de la democracia recuperada en 1983 es la consolidación de las bases republicanas, las únicas que pueden contener los siempre latentes excesos de quienes mal interpretan los alcances y límites de la vida democrática.
En síntesis, la gesta de mayo viene siempre a nuestra memoria e influye sobre nuestro presente en el sentido de la necesidad del autogobierno para que los argentinos dispongan de su propio destino, y del republicanismo para que la democracia que desde hace décadas venimos construyendo esforzadamente cuente con los preceptos de división de poderes, de control de gobierno, de contrapoderes y de todo aquello que limite o frene todos los intentos de abusos de poder a los cuales hemos sido tan propensos en muchos episodios de nuestra historia.
Mayo es sinónimo de libertad, el inicio de un largo camino que aún no ha concluido y que probablemente nunca concluirá del todo porque es la vara sustancial con la cual debemos medir nuestro compromiso con los grandes valores por los cuales los próceres del inicio de nuestra patria cedieron tantas cosas, incluso su propia vida. Recordémoslos entonces, para seguir aprendiendo siempre de ellos.