Era de noche, aunque siempre lo es en la oscuridad del alma. No hacía demasiado frío, si bien el clima en Buenos Aires en septiembre puede llegar a ser severo. El día anterior había llovido y las calles aún conservaban la humedad de las gotas a destiempo. Alejandra Pizarnik (1936-1972) llevaba unas horas recostada sobre su cama, fumando un cigarrillo tras otro.
De pronto, se levantó, se atusó el pelo, apelmazado por la modorra, apagó la última colilla en el cenicero de su mesilla y caminó, pausadamente, hacia su cuarto de trabajo en el departamento que tenía en Buenos Aires, en el edificio de Montevideo 980. Una vez allí, cogió una tiza y escribió unos versos en el pizarrón que presidía la estancia: «No quiero ir nada más que hasta el fondo».
Fue el último rastro que la poeta dejó, y así lo encontraron apenas una semana después. En la madrugada del 25 de septiembre de 1972, Pizarnik ingirió una sobredosis letal de Seconal sódico y falleció. A su auxilio acudió una amiga, que la llevó, ya sin vida, al Hospital Pirovano. La muerte, tantas veces mentada por ella, en su vida y en su obra, fue a su búsqueda en una de sus formas más poéticas: el suicidio. Los amigos que, al día siguiente, la velaron en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores se repetían, entre susurros, los unos a los otros: «Fue accidental, fue accidental». Pero nunca lo es. Como tampoco lo fueron aquellos últimos versos, que Pizarnik escribió a modo de despedida y que hoy ven, por fin, la luz en «Poesía completa» (Lumen), el volumen que esta semana llega a las librerías españolas.
Editada por la poeta y traductora Ana Becciú, la obra recoge un gran número de poemas inéditos, escritos por la autora argentina en la última etapa de su vida (entre 1962 y 1972) y conservados en su archivo, que custodia la Biblioteca de la Universidad de Princeton. «Este volumen no es definitivo -advierte la antóloga en una nota final-, en un sentido académico; es sólo una compilación, hecha, eso sí, con lealtad a Alejandra Pizarnik, y devoción a su obra, única e irrepetible». Todas las carpetas y cuadernos, además de los papeles con anotaciones o poemas, fueron conservados casi en el mismo orden en que los dejó su autora y ese orden es el que Becciú ha tratado «escrupulosamente» de respetar.
La poeta argentina era muy escrupulosa con sus papeles y ese espíritu queda reflejado, a la perfección, en las notas a pie de página que acompañan a estos «Poemas no recogidos en libros». Como «En la noche», que procede de una libreta y cabe datar entre 1969 y 1970, o «Casa de la mente», que fue encontrado en una hoja suelta de cuaderno manuscrita a lápiz, además de los muchos versos que, en su día, fueron recogidos en publicaciones como «La Nación», «La estafeta literaria» o los «Papeles de Son Armadans», de Camilo José Cela. «Esta edición viene a subsanar varias erratas de la edición primigenia de Lumen», confiesa Becciú en conversación vía e-mail con ABC. La antóloga hace referencia al volumen publicado en 2001, que precedió a la aparición de los «Diarios» (2013) y la «Prosa completa» (2016) de Alejandra Pizarnik. «El proceso fue largo. Trabajamos, en el caso del material inédito, con los manuscritos originales, lo cual implicó cotejar versiones», asegura.
Muerte prematura
Toda la poesía de Pizarnik gira alrededor de dos polos magnéticos: su infancia en Buenos Aires, la ciudad que la vio nacer y que escogió para morir, y su fascinación por la muerte, finalmente también elegida. Sin embargo, Becciú considera «curioso que se siga insistiendo en la poesía de Pizarnik como una especie de autobiografía o del relato de una mártir, una dolorosa, como la de las estampitas que los curas entregaban después de misa». De hecho, «cuando se trata de poetas hombres, los medios se ocupan menos de sus problemáticas personales; no hurgan en sus versos para explicar que escribía así porque era alcohólico, mujeriego, depresivo o fumador. No, no, el poeta hombre es ante todo un gran poeta. Y Alejandra Pizarnik fue una gran poeta, quien, por otra parte, en el trato personal se mataba de risa». Por ello, «su muerte prematura, voluntaria o casual, no debe tomarse como ángulo de visión a la hora de encarar su proceso de escritura».
Pero, más allá de conjeturas, poéticas y no tanto, ¿qué buscaba Alejandra Pizarnik con esos versos? La respuesta está, quizás, en lo que ella misma contestó a una pregunta similar en 1964: «Una escritura densa hasta lo intolerable, hasta la asfixia, pero hecha nada más que de vínculos sutiles que permiten la coexistencia inocente, sobre un mismo plano, del sujeto y el objeto, así como la supresión de las fronteras habituales que separan a yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos». No obstante, como advierte Becciú, «cada uno de sus poemas es una verdad» y sin ella «no podríamos vivir». «Escribió sin descanso desde los quince años por “fervor, fidelidad, devoción, seguridad de que allí está la vía de salvación”. De qué había que salvarse, no lo sabía, y acaso por eso escribía. Escribir poesía, ella lo supo muy bien, es una actividad peligrosa, uno se arriesga, arriesga su vida haciendo un poema», remata Becciú.
Su archivo
Afortunadamente, el archivo de Alejandra Pizarnik, compuesto por diarios, manuscritos, correspondencia, pinturas y otros papeles, es uno de los más consultados por investigadores y académicos de todo el mundo. Según relata a este diario Don C. Skemer, responsable de manuscritos de la Biblioteca de la Universidad de Princeton, fue Aurora Bernárdez, viuda de Julio Cortázar, gran amigo de la poeta (Alejandra decía que la Maga de «Rayuela» era ella), quien le entregó, personalmente, los papeles que conservaba en su apartamento de París y le puso en contacto con la familia de Pizarnik hace más de quince años.
Desde entonces, la obra de la argentina no ha hecho más que crecer. No hace mucho, como recuerda Ana Becciú, el investigador Patricio Lennard encontró en el archivo una serie de poemas que Pizarnik escribió originalmente en francés y en breve aparecerán publicados como «Poemas franceses». Por algo ella concebía la poesía como «un lugar donde lo imposible se vuelva posible», también más allá de la muerte.