Hay libros imprescindibles, hay libros para leer de un tirón, hay libros para sonreír y libros para llorar, hay libros de todo tipo y color, pero hay uno que está en las librerías y que es especial: “Castelo, diario de un ironista”, escrito por sus hijas Carla y Daniela, que por esas cosas del destino ya no está para presentarlo.
El libro es especial porque es la biografía de dos hijas sobre su padre, ese maestro de la ironía y de la creatividad que sorprendió con su coraje y su irreverencia a varias generaciones de argentinos.
Es también especial porque es un retrato de época y de familia y es especial porque Daniela murió exactamente dos meses antes de que el libro estuviera impreso.
Carla es una sobreviviente de lo que ella define como una familia hermosa. Y eso se ve reflejado en el libro donde mamá Elena y papá Adolfo tuvieron que pelearla para ser lo que fueron. Ella, desde ese lugar al que su marido la convidó a cumplir apenas le propuso casamiento: la archi protectora de la familia; él peleando por un lugar en el mundo que estaba en las antípodas de una oscura oficina.
La biografía está escrito por dos hijas inteligentes, psicoanalizadas y preparadas para los embates que significó tener este papá famoso, bon vivant, obsesivamente preocupado por su estética y las mujeres.
Las chicas hablan de sus vicios: las mujeres, el pucho y el jazz; se animan a contar de una amante loca que perseguía a Elena.
Cuentan de la primera novia, una azafata de 24 años, que apareció después de la viudez de Adolfo y que a ellas las dejó muy solas, cuando todavía eran chicas y mamá era necesaria.
Adolfo está retratado por estas dos hijas tal como lo conoció esta cronista, que es muy cercana a esta historia familiar que cuenta “Castelo, diario de un ironista”, el título que le gustaba dar de sí mismo cuando debía decir qué era. Porque Adolfo hizo todo lo que hizo solo con su talento. Un autodidacta de esos que van quedando pocos.
En el libro están sus amigos del alma elogiándolo y riéndose, a través de anécdotas desopilantes. Están sus bares, la noche de Las Cañitas, su pasión por Boca, su voz ronca, sus chistes memorables, sus ironías incomparables.
Adolfo murió el 23 de noviembre de 2004 y nadie pudo reemplazarlo. Daniela murió el 2 de febrero de 2011 y nadie podrá reemplazarla.
Es honesto decirlo: Daniela fue mi amiga del alma. La crítica del libro deberá hacerla otro. Para mí, desde hoy será el libro que me acompañe siempre desde mi mesita de luz.